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La albardilla es un elemento constructivo que se coloca en la parte superior de un muro, balaustrada, o cualquier otra estructura de cerramiento, con el objetivo de protegerla del agua de lluvia y otros agentes climáticos. Este componente actúa como una especie de “tapa” o “coronación” del muro, evitando que el agua penetre y cause daños en la estructura, como la erosión, filtraciones o la formación de grietas. Al desviar el agua hacia los laterales, la albardilla contribuye significativamente a la durabilidad y estabilidad del muro.

Las albardillas pueden estar fabricadas de diversos materiales, como piedra, ladrillo, cerámica, hormigón, o metal, dependiendo del tipo de construcción y el estilo arquitectónico. A menudo, se diseñan con una ligera inclinación o con canaletas integradas para facilitar la evacuación del agua. Además de su función protectora, la albardilla también tiene un valor estético, ya que suele ser visible y forma parte del acabado final del muro, aportando un toque decorativo que puede armonizar con el resto de la construcción.

En construcciones tradicionales, las albardillas de piedra o ladrillo eran comunes, mientras que en la arquitectura moderna, se utilizan materiales más ligeros y resistentes, como el hormigón prefabricado o los metales galvanizados. También es frecuente ver albardillas con acabados pulidos o esmaltados, especialmente en aplicaciones decorativas donde se busca un aspecto más refinado.